3. MUJERES Y HOMBRES

Al interesarse por las enseñanzas y prácticas budistas y al asistir a conferencias y cursos, una mujer entra en un mundo de símbolos masculinos y de poder de hombres. Tal vez empieza a reflexionar sobre las consecuencias de semejante situación. Oye que algunas escrituras designan la vida como mujer como desfavorable. Una palabra tibetana para mujer significa literalmente «nacimiento inferior» (kye men).

La tradición tibetana nombra una lista de ocho características favorables que fomentan una vida espiritual; la séptima es un cuerpo varón. Es comprensible en el transcurso de una historia social y religiosa patriarcal que se hagan semejantes afirmaciones. Pero si una tradición las conserva, las honra y las enseña sin crítica, es problemático. Me acuerdo, por ejemplo, de dos monjes occidentales que al principio de los años ochenta me confiaron de modo completamente ingenuo: «Te tengo lástima. En esta vida finalmente logré ser hombre. Al menos puedes orar para reencarnarte como hombre en la próxima vida». En Nepal me encontré con una monja occidental que me dijo con ojos brillantes que rezaba para reencarnarse como hombre. ¡Y esta mujer había crecido en California!

Monjas y monjes

En muchos países budistas en Asia los monjes reciben mucho más apoyo económico que las monjas. Las ofrendas que se dan a los monjes se consideran de más mérito; por esto muchas mujeres y hombres ricos financian antes a un monje que una monja porque creen que de este modo acumulan más méritos en su «cuenta kármica» y generan unas condiciones más favorables para un futuro feliz.

Se conocen varias razones para la posición menos importante de las monjas en el mundo budista. El mismo Buda fundó primero la orden monástica masculina y se negó varias veces a crear una orden para monjas. La admitió tan sólo tras repetidas insistencias. Su primo y sirviente personal Ananda enfrentó una gran resistencia al abogar por los intereses de las mujeres y apoyar las demandas de la madrastra y tía del buda Mahapajapati de fundar una orden para monjas. Ella se había acercado al Buda con un gran número de mujeres de la nobleza; todas ellas ya llevaban sus hábitos de color naranja y llevaban la cabeza rapada. Un enseñante budista de Occidente interpreta esta marcha de las mujeres hacia Buda como la primera manifestación de mujeres por la igualdad de derechos. Las mujeres de hoy todavía pueden aprender del comportamiento de sus hermanas de hace dos mil quinientos años que a las mujeres no se les regala nada, pero que pueden alcanzar sus objetivos a pesar de las resistencias que se les anteponen. Tienen que unirse y representar sus intereses juntas y, en la mayoría de casos, también pueden contar con cierto apoyo por parte de algunos hombres.

Seguramente por consideración a las estructuras sociales de su época que exigía una subordinación de las mujeres a los hombres, Buda colocó la nueva orden de monjas a la tutela de los monjes. Cada monasterio se administra a sí mismo, la dirección es elegida y las decisiones se toman siguiendo el principio del consenso. Así también los monasterios de monjas, por lo general, son dirigidos por una mujer, no obstante, hay ocho reglas adicionales que aseguran la subordinación a la orden de los monjes. Los preceptos para la vida de las monjas ordenadas (scto. bhikshuni) y los monjes ordenados (scto. bhikshu) son recogidos en el vinaya. Hay alrededor de 250 preceptos para focalizar la atención de los monjes, las monjas plenamente ordenadas tienen que cumplir con casi 350 preceptos.

En la época de la introducción del budismo en el área asiática en todas partes existían ordenes de monjas muy activas. Hoy día en muchos países ya no se encuentran monjas plenamente ordenadas, sino solamente novicias o monjas de facto. Este hecho tiene que ver con la costumbre, en sí sensata, de que en la ordenación de mujeres intervienen monjas experimentadas. En la ordenación de hombres, sin embargo, no intervienen mujeres. Según la tradición, esto no tiene nada que ver con una discriminación contra un sexo o una preferencia por el otro, sino que refleja el precedente histórico: Los primeros monjes fueron ordenados por un hombre, Buda histórico; más tarde un grupo de monjes experimentados llevó a cabo la admisión de nuevos colegas. Las primeras mujeres también fueron ordenadas por un grupo de hombres en el que, más tarde, se incluyeron monjas expe­rimentadas. Solamente en los países en los que todavía hay monjas plenamente ordenadas, éstas pueden ordenar a nuevas monjas conjuntamente con sus hermanos espirituales. Desde finales de los años ochenta muchas novicias y monjas de facto orientales y occidentales, provenientes de diversas tradiciones, se dirigen a los grandes monasterios de monjas en Taiwán y Corea para recibir allí la plena ordenación con el apoyo de sus tradiciones. Entonces, al cabo de diez años, pueden intervenir en la ordenación de sus hermanas de la propia tradición.

A veces, los lamas de la tradición tibetana justifican la preferencia por los monjes con el argumento de que quien tiene que cumplir con más preceptos lleva una vida más valiosa. Se refieren al hecho de que en el Tíbet ciertamente había monjes plenamente ordenados, pero por varias razones no había monjas plenamente ordenadas, solamente novicias.

Las novicias, al igual que sus colegas masculinos, observan 36 preceptos. De ese argumento podría concluirse que las monjas plenamente ordenadas sean más valiosas que los monjes, puesto que observan más preceptos. Pero en este sentido no se considera válido ese argumento. Obviamente se emplea sólo cuando refuerza las estructuras existentes.

El hombre como modelo

La afirmación de que una vida como mujer sea menos valiosa que una vida como hombre tiene muchas consecuencias. Por ejemplo, en todos los países budistas el estudio, la preservación y la transmisión de las enseñanzas se encontraba preponderantemente en manos de hombres. Y es así a pesar del hecho de que había y hay mujeres de renombre que enseñan y practican. Las mujeres tienen cierta importancia únicamente en los países en los que hay fuertes monasterios de monjas, como por ejemplo en Taiwán y en Corea. No es una casualidad que sean, precisamente, los países en los que se nota una clara influencia de las ideas occidentales de igualdad de derechos, debido al desarrollo económico.

La prevalescencia de los hombres en las enseñanzas, sobre todo en combinación con una indiferencia respecto a los roles sexuales aprobada por la tradición o incluso un franco menosprecio de la mujer, tiene consecuencias notables en muchos niveles. Una consecuencia, por ejemplo, es el desdén abierto o sutil, consciente o inconsciente por parte de monjes y laicos frente a las mujeres, sean monjas o laicas. Todavía hay demasiados hombres que miran con desprecio a las mujeres, a la vez que sostienen que la cuestión del género no tiene importancia.

Otra consecuencia es la falta de modelos femeninos. Apenas existen figuras e imágenes de budas y bodhisattvas femeninas, de arhantis mujeres y maestras en los templos y centros budistas y hay pocas historias de mujeres famosas en el pasado. Cuando se pregunta, algunos enseñantes afirman que siempre y en todas partes había célebres mujeres que practicaban y enseñaban, parece, no obstante, que los miembros masculinos de los linajes de transmisión tuvieran poco interés en registrar y transmitir estas historias.

Otro efecto especialmente grave es la orientación de las enseñanzas y prácticas hacia los practicantes varones. Si las mujeres tienen poca o ninguna importancia en una institución no se tienen en cuenta sus situaciones vitales y sus formas de abordarlas, posiblemente diferentes, ya que apenas se consideran temas dignos de mención. Por esto, todavía hoy, todas las direcciones escolásticas orientan la teoría y la práctica en el modelo masculino, es decir, se orientan en el tradicional acondicionamiento masculino de los roles sexuales.

Dicho de forma un tanto, se trata de los siguientes valores: ascetismo y celibato, el monacato y las prácticas metódicas, las tradiciones escritas y su estudio, las jerarquías y direcciones escolásticas, los monasterios y linajes tradicionales. El camino sale de la vida cotidiana y entra en un mundo del espíritu. Se trata de ideas abstractas, del nivel absoluto de la realidad, de un ideal de perfección que el superhombre (masculino) debe alcanzar alguna vez en el futuro.

Los valores de las mujeres a menudo son exactamente opuestos: lo prioritario son las relaciones y la vida en este mundo, las pequeñas cosas y actividades de cada día, las propias experiencias, los propios caminos y el compartir en grupos. El camino entra en la vida y se trata del cuerpo, la Tierra y estar completo aquí y ahora. Las personas que practican son seres humanos con fallos, debilidades y quebrantamientos que se ocupan del nivel relativo de la vida concreta.

Los movimientos y sociedades religiosos, por lo general, son vivos cuando los llamados valores femeninos se consideran importantes. Existen en todas las religiones, en algunas más que en otras, e inspiran a muchas mujeres y a muchos hombres. Pero tienen la fuerza para salir de su existencia en la sombra y abrir los patrones patriarcales solamente cuando las mujeres desempeñan un papel activo en las instituciones.

Sin embargo, hay movimiento: las instituciones budistas en Occidente hasta la fecha, ciertamente, han sido marcadas en gran medida por los valores culturales y sociales de las respectivas tradiciones asiáticas, pero cada vez más reflejan también nuestras ideas y valores. Algunas mujeres y hombres en Occidente toman en serio a sus antecedentes occidentales, experimentan con reglas democráticas y se esmeran en percibir los diferentes valores de ambos sexos y en manejarse con ellos. No obstante, sería demasiado simple contraponer la democracia e igualdad de derechos en Occidente a las estructuras feudales y patriarcales del budismo. Las instituciones religiosas per se contienen elementos jerárquicos, y también en las estructuras democráticas se imponen las jerarquías de poder. Sin embargo, el budismo en Occidente se quedará en un rincón exótico, mientras se dé prioridad al ceremonial medieval y a las jerarquías feudales.

¿Qué es una mujer?

¿Cuál es la esencia de una mujer? ¿Qué es una mujer de verdad? La tradición mahayana, presenta las enseñanzas del origen condicionado del siguiente modo: Todos los fenómenos se originan sobre la base de cuatro factores: causas, componentes, condiciones y nombre, o sea el concepto que se les atribuye. Existen durante un tiempo y vuelven a disolverse, cuando las condiciones dejan de existir. Lo mismo es cierto en el caso de los fenómenos mujer o hombre. En relación de dependencia a esos cuatro factores «se originan» mujeres y hombres y a partir de las condiciones correspondientes vuelven a cambiar.

El origen condicionado

¿Cuáles son las causas de una existencia como mujer? Si se argumenta sobre la base de la biología, la causa de un cuerpo de mujer es la pareja de cromosomas XX. Si la pareja de cromosomas se compone de XY, se origina un cuerpo de varón.

¿Cuáles son los componentes de una mujer? En términos de biología un cuerpo de mujer se caracteriza por determinadas características sexuales primarias y secundarias. Las mujeres con barba y los hombres con pechos constituyen una desviación de la norma y ocasionan chistes, burla o rechazo. No es tan difícil llegar a una comprensión de las diferencias biológicas. Mucho más difícil es llegar a una comprensión de las consecuencias sociales.

¿Cuáles son las condiciones de una existencia como mujer? Cada sociedad conocida formula ciertas expectativas acerca del comportamiento de rol de sus miembros masculinos y femeninos que vienen acompañados con determinadas estructuras sociales y valores culturales. Se hace una distinción entre las condiciones generales —estructura social, valores religiosos, mecanismos psíquicos— y el concepto mujer, puesto que bajo las mismas condiciones sociales y culturales hubo y puede haber diferentes ideas acerca de lo que significa ser mujer.

El margen de comportamiento posible es mucho más amplio para las mujeres (y los hombres) actuales, ya que los modelos de rol son menos rígidos. Así las mujeres han ganado cierta libertad de movimiento. Si se considera la moda como expresión del cambio de los roles sexuales, se admite la asimilación de las mujeres a los hombres, puesto que las mujeres pueden llevar pantalones, trajes, americanas y corbatas así como el pelo corto. No obstante, la asimilación de los hombres a las mujeres sigue siendo tabú. Los hombres con vestidos o trajes de colores, con zapatos de talón o con una permanente acabada de hacer, con carmesí en los labios y párpados sombreados se aplauden sólo en el carnaval o en el espectáculo de travestíes.

La resolución de los roles sexuales existentes, sin embargo, no nos libera automáticamente. Las mujeres y los hombres se sienten inseguros, se retiran a sus vidas privadas y hablan sólo de su evolución personal. A fin de cuentas cada mujer tiene que encontrar por sí misma qué expectativas de rol y qué ideas acerca de lo que significa ser mujer la orienta, qué piensa ella al respecto y cómo vive su vida.

Las buenas noticias de las enseñanzas sobre el origen condicionado para las mujeres son las siguientes: Una mujer es lo que hace, dice y piensa en un momento dado. La cuestión es cómo se orienta el proceso. Mientras creamos que en alguna parte existe «la verdadera esencia» de la mujer «de verdad» (o del hombre «de verdad») tendemos a seguir las autoridades (en su mayoría masculinas) y a creer lo que enseña la historia, religión o psicoterapia patriarcales: los hombres son el sujeto de la historia y las mujeres «de verdad» les ayudan —inteligentes y encantadoras y a ser posible en un segundo plano. Eva fue creada a partir de la costilla de Adán, las mujeres son el continente oscuro (Freud) y no saben lo que quieren (Lacan).

Al aplicar las enseñanzas del origen condicionado a las categorías como mujer, hombre, familia, relación, trabajo, sociedad, etc., nos percatamos con gran alivio que no es posible que existan mujeres y hombres «de verdad», puesto que los roles de mujeres y hombres se originan en dependencia de determinadas condiciones sociales y valores culturales, existen durante un tiempo y pronto vuelven a cambiar. Una gran parte del sufrimiento en las relaciones entre hombres y mujeres seguramente tiene que ver con el hecho de que ambos se aferren a roles anticuados, porque creen que existen mujeres y hombres «de verdad». O se sientan alrededor de una mesa de negociación y se inventan nuevos modelos que no sirven para otra cosa que apurarse a sí mismos y a otros.

La trampa de la vacuidad

Algunas mujeres y algunos hombres inteligentes descartan cualquier pregunta acerca de los roles sexuales con la afirmación: «Puesto que no existe una esencia verdadera de mujeres ni hombres, los roles sexuales carecen de importancia» En una conversación con enseñantes occidentales sobre estas cuestiones, el mismo Dalai Lama replicó a ese argumento, alegando que no es admisible pasar por alto la discriminación con la alusión a la vacuidad. Vivimos en tiempo y espacio y tenemos que atender a nuestras condiciones sociales y culturales. En una charla pública sobre budismo y democracia en Berlín, un colega budista de Vietnam aclaró: Tenemos que meditar acerca de la vacuidad y experimentarla. Éste es el nivel absoluto de la realidad. Pero en el nivel relativo siempre vivimos dentro del tiempo y del espacio, tenemos un determinado punto de vista y tenemos que actuar en consecuencia, sabiendo que todo puede cambiar de nuevo. Si entendemos mejor las condiciones relativas que influyen en nuestro pensar, hablar y actuar, conocemos los ámbitos en los que tenemos que manejarnos.

Mujeres y hombres

Hoy muchas mujeres y hombres intentan dar una nueva forma a sus relaciones. Se esmeran en encontrar una relación que no se base ni en la subordinación ni en la asimilación. El modelo de la diferencia de sexos crea espacio para un comportamiento que puede ser diferente en ambos géneros, pero cuyo valor en principio se considera igual. Esta actitud abierta combina bien con la visión budista del origen condicionado: todo cambia, también los roles sexuales. La gran tarea de la época actual es la de reconocer y aceptar la diferencia entre los sexos y de vivir su igualdad de valor. No es una tarea fácil de realizar; en parte es muy dolorosa ya que disuelve antiguas seguridades.

La filósofa francesa Luce Irigaray incluso opina que sabremos mane-jarnos de modo productivo con todo tipo de diferencia —por ejemplo con personas de otras culturas— cuando mujeres y hombres sepan percibir y aceptarse mutuamente como diferentes pero de igual valor.

Mientras pensemos en categorías de género y de la imagen que tenemos de nosotras-os mismos, nuestros patrones emocionales y estrategias conductuales serán marcados por nuestro sexo, es necesario hacerse consciente de este cuño. Podemos hacernos conscientes de ello, únicamente si lo observamos concienzudamente, lo percibimos con precisión y lo tomamos muy en serio. Sólo entonces podemos resolver lo que crea sufrimiento y ejercitarnos en lo que crea felicidad para todas las partes involucradas. O sea, no podremos superar nuestros condicionamientos como mujeres o hombres, si lo ignoramos. Algunas personas piensan que sí es posible y dicen: somos todos andróginos, todos tenemos aspectos masculinos y femeninos. Seamos simplemente personas.

Toda aproximación que no tiene en cuenta el condicionamiento sexual «real y existente» corre el riesgo de mantener en pie la antigua diferencia jerárquica o de fomentar la asimilación de las mujeres al modelo masculino. Será laborioso examinar las afirmaciones «de carácter humano en general» acerca del modelo al que pertenecen. Muchos «diagnósticos y terapias» del budismo se han desarrollado siguiendo el modelo del practicante masculino y se aplican sin reflexión ni comentario en seres humanos «en general». Muchas mujeres se extrañan por qué no se encuentran reflejadas en las escrituras con sus depresiones, su síndrome del sanador herido y sus esfuerzos excesivos del «salvador». Allí siempre se habla de personas rabiosas extrovertidas a quienes se aconseja la paciencia, la introspección y el amor al prójimo.

Será una de las aportaciones del budismo moderno en Occidente percibir, reflejar y abordar las diferencias entre mujeres y hombres a nivel de las imágenes que cada persona tiene de sí misma, de las estrategias emocionales y los patrones de comportamiento.

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