1. PREGUNTAS DE MUJERES

Algunas mujeres «olvidan» o ignoran su sexo cuando se involucran en las enseñanzas y prácticas budistas. Pero algunas hacen preguntas. En este capítulo quiero recoger algunas preguntas más habituales y dar algunas respuestas provisionales. Una recogida sistemática de las preguntas y recomendaciones sugeriría que ya existe un claro camino para mujeres en el budismo. Puesto que éste no es el caso, más bien me gustaría abordar algunas preguntas a nivel asociativo y exponer mis experiencias y recomendaciones para la discusión. Hasta la fecha mi conclusión es la siguiente: en estos momentos no existe ninguna tradición budista que considere a las mujeres con delicadeza. Quien afirma que sí que existe, o bien, no se toma en serio las preguntas de las mujeres o no las entiende. No obstante, tengo la confianza de que el budismo en Occidente cambiará mucho, cuando las mujeres dejen oír sus voces y enriquezcan las enseñanzas tradicionales con sus experiencias.

Afirmaciones misóginas en las enseñanzas

¿Hasta la fecha, cómo abordan las mujeres y los hombres las afirmaciones misóginas en las enseñanzas? ¿Qué se desprende de determinadas estrategias? No pretendo reflejar todas las actitudes existentes al respecto sino simplemente señalar algunas de las más típicas.

Ignorar : Es posible sencillamente ignorar semejantes afirmaciones y ocuparse de las enseñanzas que inspiran. Esta actitud a menudo va acom­pañada de la tendencia a «olvidarse» del propio sexo, a ignorarlo también. Un argumento frecuente a favor de esa actitud es el siguiente: «Es cierto que físicamente soy una mujer, pero el espíritu está más allá del sexo, por lo tanto no le presto atención.»

Relativizar : Se aceptan semejantes partes de los textos como afirmaciones condicionadas por la época que no menoscaben la esencia de las enseñanzas. En tiempos patriarcales existían monjes patriarcales, y eran ellos los que anotaban este tipo de afirmaciones. Quien sabe si Buda realmente lo dijo. Se aceptan esas afirmaciones como parte de la historia, pero no se les atribuye importancia. Y se considera que no influyen en las afirmaciones esenciales de las enseñanzas. La mayor parte de los enseñantes occidentales suscribe esta posición, en la mayoría de casos de modo implícito, a veces también explícitamente.

Diferencias entre la enseñanza pura y posteriores desfiguraciones/falseamientos: Algunas personas opinan que un maestro iluminado como Buda no puede hacer afirmaciones misóginas e interpretan semejantes partes de los textos como añadiduras realizadas por monjes misóginos en épocas posteriores. Considerando que las enseñanzas fueron transmitidas verbalmente durante varios siglos, y que fueron escritas en pali y sánscrito tan sólo poco antes del inicio de la época cristiana, teóricamente sería factible que se hayan añadido afirmaciones que desfiguran y falsean las enseñanzas originales. No obstante, en la práctica, la transmisión oral generalmente se considera mucho más precisa que la escrita y, por lo tanto, esta tesis es insegura, por más argumentada que esté.

Diferenciar entre enseñanzas útiles (atemporales) y derivaciones misóginas (condicionadas por el tiempo): Si las tradiciones budistas se interpretan como verdad atemporal en un marco condicionado por el tiempo, entonces es aceptable que las enseñanzas reflejen las respectivas condiciones sociales y valores culturales. Al aplicar las enseñanzas condicionadas también a las enseñanzas y prácticas budistas, se debe confiar en que los practicantes y enseñantes occidentales, conjuntamente, creen las formas que se correspondan a los valores de los hombres actuales y también a los valores de las mujeres.

Mujeres y libertad

Mientras las mujeres sufran desventajas debidas a su biología, lucharán para que se las considere miembros de la sociedad de los seres humanos de forma integral. Durante la revolución francesa Olympe de Gouges llamó la atención de sus hermanos revolucionarios sobre el hecho de que en la formulación de los «Derechos Humanos Generales» se habían olvidado de las mujeres. Tal como es habitual generalmente, los hombres habían situado al hombre como ser humano, marginando al segundo sexo, el ser humano femenino. A principios de este siglo las mujeres lucharon para tener acceso a la educación y a los derechos políticos. El nuevo movimiento de las mujeres en los años setenta retomó su lucha y luchó por la igualdad de derecho con los hombres. En aquel tiempo las mujeres habían comprendido cómo las así llamadas características típicamente femeninas de la personalidad corresponden al comportamiento de todas las minorías y grupos oprimidos: falsedad, envidia e intrigas, docilidad, falta de capacidad de hacerse respetar, poca rapidez mental y otras por el estilo.

Al principio de los años setenta se originó la terapia feminista que trabajaba en tres grandes ámbitos temáticos: manejar la ira, cuidar el propio bienestar y cuidar la independencia. Casi treinta años más tarde las preguntas de las mujeres en los seminarios budistas todavía giran alrededor de los mismos temas: cómo tratar hábilmente el enfado, cómo conseguir autoconfianza y la capacidad de hacerse respetar y cómo mantener las relaciones con independencia. ¿Qué significa esto? ¿No aprendieron nada las mujeres? ¿Todavía no se han convertido en seres humanos autónomos ? ¿Siguen cayendo en la trampa del seguimiento de modelos antiguos, esta vez presentados por el lado budista?

La conclusión es evidente: cada terapia, cada religión, cada filosofía y cada camino espiritual son tan patriarcales o tan favorables para las mujeres como lo fueron para las mujeres y los hombres que tomaron este camino en el pasado y que lo toman hoy día. Las maravillosas enseñanzas de Buda contienen verdades atemporales y opiniones, puntos de vista, valores y costumbres condicionados por el tiempo. Distinguir entre una cosa u otra es la gran y difícil tarea de todos aquellos que toman un cami­no. Cualquier camino es un camino angosto. A fin de cuentas podemos saber sólo a posteriori si era la vía correcta. Es más fácil y cómodo aceptar un sistema moderno o tradicional sin crítica y confiar en que las autoridades —por lo general masculinas— sean omniscientes y en que por su sabiduría siempre harán lo correcto. Especialmente las personas con poca autoconfianza tienden a aceptar la opinión autorizada sin cuestionamiento crítico. Entre ellas se encuentran muchas mujeres. Mientras las mujeres se orientan a partir del modelo de libertad del hombre, su autoconfianza se apoya en pies de barro. Lo toma de prestado. A su vez, esto fomenta que la orientación se base en las normas masculinas existentes.

Este libro describe tres modelos de mujeres que definen la relación entre ser mujer y tener libertad de modos distintos: El modelo de la diferencia jerárquica (ser mujer sin libertad), que define el papel de la mujer según las necesidades del hombre. El modelo de la igualdad de derechos (libertad sin ser mujer), con el cual la mujer moderna se iguala al modelo masculino. Una variante de esta modalidad es el modelo del individuo de género neutro, también una versión de tener libertad sin ser mujer. Una combinación de ser mujer y tener libertad es postulada por el modelo de la diferencia sexual. Parte del hecho de la existencia de dos sexos biológicos sin definir los roles sociales. Combina muy bien con el enfoque budista del origen condicionado, puesto que rechaza el concepto de una esencia «natural» de la mujer y roles femeninos rígidos. Cómo éstos pueden cambiar lo determinan las mujeres concretas de una época con su pensar, hablar y hacer. Lo mismo es cierto para los hombres y sus papeles.

Atreverse a preguntar

No es fácil hacer preguntas. Hay que atreverse a tomarse en serio a una misma y las propias preguntas, precisamente cuando las personas que practican con la mujer que las plantea alzan los ojos y piensan: «Otra vez estas preguntas feministas. Si todo esto es agua pasada. Ya se había aclarado hace veinte años.»

Todas las escuelas budistas quieren liberar las personas del sufrimiento y guiarlas hacia la gran paz. Para ello ponen el énfasis en puntos distintos y emplean métodos diferentes, desarrollados y formulados bajo condiciones culturales diversas. El budismo temprano enseña la comprensión de las tres características de la existencia —sufrimiento, impermanencia e insubstancialidad de todos los fenómenos— como la vía para salir del sufrimiento. La comprensión lleva hacia la compasión y el amor. El mahayana habla de la sabiduría y compasión y enseña que la compasión es la vía práctica hacia la comprensión de que todo es vacío. La compasión nos da la fuerza para dominar todas las dificultades en el camino. El budismo tántrico trabaja con los dos términos de suprema felicidad y vacuidad y enseña el gozo no dualista como vía hacia la profunda sabiduría. La profunda sabiduría se manifiesta como amor por todos los seres y como fuerza y habilidad para actuar de la mejor manera en todas las situaciones.

¿A qué clase de personas se dirigen estas enseñanzas y prácticas? A las personas en general, dicen muchos enseñantes, sin considerar el sexo, la cultura y el origen social. Algunos aceptan que las enseñanzas van acompañadas de formas condicionadas por el tiempo, ocultas tras costumbres feudales y presentadas como visión del mundo desde la perspectiva masculina, pero todo ello no tiene importancia, dicen. Y si tiene importancia, dicen, tendrá consecuencias insignificantes. Y así nadie se interesa por estas preguntas y nadie las aborda voluntariamente.

Hay cinco cuestiones que interesan a muchas mujeres en el camino: cómo manejarse con el sufrimiento, la expresión de enfado, ira y otras «emociones negativas»; aprecio por una misma y autoconfianza; relaciones afectivas y la relación con el propio cuerpo, los sentidos y el papel de la persona enseñante.

Piedad y compasión

En el mahayana la compasión es el motor para el desarrollo espiritual. Junto con las enseñanzas del origen condicionado y su lado opuesto, la vacuidad, constituye la esencia del Gran Vehículo. La compasión se define como el deseo de liberarse a uno mismo y a los demás del sufrimiento. Pero sólo cuando se reconoce el propio sufrimiento como tal, aparece el deseo de liberarse de él. Si se considera felicidad pasar de una actividad a otra, no se percibe la falta de tranquilidad interna y no se siente anhelo de paz. Sólo cuando detrás de la arrogancia y la dureza, detrás de las lamentaciones e intrigas, siento el dolor de mis congéneres, puedo desearles de todo corazón que se liberen del sufrimiento y apoyarlos con todas mis fuerzas en este proceso.

La recomendación de sensibilizarse por el propio sufrimiento y el de otras personas es una gran inspiración para todos los seres humanos que saben poco sobre sí mismos, están desconectados de ellos mismos, y acostumbrados a pasar por alto los intereses de los demás. Estas enseñanzas se han dirigirdo habitualmente a clásicos «espadachines» (masculinos) en Oriente y Occidente que, tocados por el ideal de la compasión, debían dedicar sus esfuerzos al servicio de su prójimo.

¿Pero qué ocurre en una mujer que ha sido educada para que sea sensible a las necesidades de los demás y atenderlos, cuando oye esas enseñanzas? Algunas se sienten reafirmadas y revaloradas en su actitud vital. Sin embargo, también continúan ignorando sus límites y viviendo «para los demás». Muchas mujeres modernas que están aprendiendo, con dificultad, a percibir y expresar sus propias necesidades, se sienten presionadas a volver a los antiguos papeles.

Desde los años setenta se cuestiona la actitud de ayuda en las profesiones de asistencia. Entretanto, las mujeres han descubierto que los síntomas del síndrome del salvador concuerdan en gran medida con el clásico papel femenino. Con el término «síndrome del salvador» se asocian determinadas actitudes y comportamientos: ayudar a partir de una compulsión interna, un concepto negativo de uno mismo, necesidades narcisistas ocultas, agresiones reprimidas y suprimidas, subjetividad poco desarrollada (sobre todo en mujeres), identificación excesiva con la clientela, identidad yóguica rígida e identificación excesiva con elevados ideales (sobre todo en hombres), relaciones jerárquicas con la clientela y poca capacidad para relaciones entre iguales.

El budismo establece una diferencia entre compasión y piedad. Piedad es considerada como el enemigo cercano de la compasión, puesto que es fácil confundirlos. Si aplicamos lo que actualmente sabemos sobre los roles sexuales y el síndrome del «salvador», podemos evitar las trampas y utilizar la compasión como fuerza motriz en el camino.

Con la compasión percibimos el sufrimiento, comprendemos su origen, sabemos que es impermanente y que acaba, por lo tanto, no le tenemos miedo y podemos procesarlo. Con este conocimiento podemos sensibilizarnos para el sufrimiento de otros sin identificarnos con él y ayudarles con todas nuestras fuerzas. Sabemos que las causas del sufrimiento se encuentran en las personas implicadas y no tenemos la expectativa de que nosotros, con un poco más de empeño, podríamos resolver todos sus problemas. Hacemos lo que podemos y tenemos la capacidad de vivir en un mundo imperfecto. Si no entendemos los mecanismos del sufrimiento, sus causas y su resolución, tenemos miedo de sufrir, huimos, lo reprimimos y, en vez de ello, nos identificamos con el sufrimiento de otros. Creemos que tenemos que salvar el mundo entero y nos ponemos a nosotras mismas y a los demás constantemente bajo presión. Éste es el otro tipo de compasión, padecemos tanto como el otro.

Ira y enfado

Supongamos que la medida de insatisfacción que experimentamos estimula nuestro interés por el desarrollo interior y la medida de bienestar y felicidad nos permite trabajar con nosotros mismos. Es decir que intentamos tomar nota con atención a nuestro comportamiento de cuerpo, habla y mente, conocer nuestra actitud con cada vez más precisión y observar las consecuencias de nuestros actos. Fortalecemos nuestro estado despierto mediante el trabajo con los preceptos éticos e intentamos manejarnos de forma inteligente con las sensaciones agradables, desagradables y neutras. Hasta aquí, muy bien.

Cuando mujeres y hombres occidentales practican con ética, amor, compasión, sensibilización y atención, es posible que se dé un desarrollo erróneo, si no tienen en cuenta las condiciones culturales y los modelos de rol que determinan sus vidas. Existen trampas típicas que atrapan a las personas occidentales cuando intentan, por ejemplo, no expresar sus emociones negativas, porque la tradición budista lo describe como no benéfico.

Al observar a practicantes en Alemania, es fácil tener la impresión de que se trata, sobre todo, de moverse lentamente y hablar con voz suave de lo «bueno, verdadero y bello». Además de sensibilizarse hacia los demás, se valora mucho la virtud de la paciencia. En la medida de lo posible habría que evitar todas las emociones vehementes y cultivar sentimientos amigables frente a todos los seres. Ayya Khema resume las afirmaciones budistas acerca del mundo emocional del siguiente modo: «Los cuatro estados divinos —el amor, la compasión, la alegría, el regocijarse por la alegría de los demás y la ecuanimidad— son las únicas emociones que “valen la pena”. Todas las demás emociones sólo aportan sufrimiento». O sea, si somos inteligentes, es mejor que renunciemos a la ira y el enfado, la envidia y los celos, los deseos y anhelos. Es más fácil decirlo que hacerlo. Y muchas mujeres se preguntan si realmente lo quieren.

Las mujeres que aprendieron a comportarse de forma amable y armónica y que, por miedo a la pérdida de amor, reprimen su rechazo y, consciente o inconscientemente, tragan su enfado, en la mayoría de casos, están muy dispuestas a seguir estas instrucciones. De este modo corren el riesgo de estabilizar su dependencia del afecto de otros, de seguir reprimiendo el rechazo y dirigir éste contra sí mismas.

Las mujeres que, en grupos de mujeres o con ayuda psicoterapéutica, finalmente aprendieron a sentir su enfado y a no seguir juzgándose por tenerlo, se defienden contra la reimposición de viejos patrones, a veces con sumo cuidado y buenos modales, a veces muy indignadas y, con frecuencia sólo con un incrédulo cabeceo.

¿Qué aspecto podría tener un trabajo productivo con las emociones vehementes como la ira y el enfado?

Emociones y reacciones

Hay diferentes grados y formas de expresión de enfado e ira los cuales, sin excepción, son atribuibles al rechazo. Los manuales de instrucción del budismo (scto. abhidharma), en una lista clásica, nombran cincuenta y un procesos mentales centrales. Seis de ellos se encuentran en todos los seres humanos, las engaños principales o raíces: querer tener y codicia, no querer tener y rechazo, engreimiento y arrogancia, falta de conocimiento e ignorancia, dudas y opiniones equivocadas. En la lista de los veinte engaños secundarios, cuatro se consideran motivados, principalmente, por el rechazo: agresividad, rencor o sed de venganza, hostilidad y malevolencia. Todos se entienden como actitudes conscientes:

Cinco actitudes tienen que ver algo con mentir y ocultar conscientemente: ocultar, engañar, ser hipócrita, ser desvergonzado (sin relación a los propios valores) y ser desconsiderado (no tener en cuenta a los demás). El proceso de represión no se menciona, tampoco existe un término para ello. En un curso sobre estos cincuenta y un procesos, Tarab Tulku dijo que la represión se podría entender como una combinación entre rechazo y falta de atención. Las personas occidentales pueden descubrir las huellas de la represión más fácilmente si aprenden a prestar atención a las sensaciones corporales y a hacer caso a las señales del cuerpo.

Con cada reacción habitual proveemos a la cárcel de nuestro comportamiento condicionado de muros cada vez más gruesos y nos extrañamos de que la vida sea tan aburrida, complicada y estancada. Damos el primer paso hacia la libertad cuando caemos en la cuenta de que estamos en una prisión; cuando notamos que actuamos de forma automática y no espontáneamente; cuando advertimos que nuestro comportamiento ni es racionalmente bien fundado, ni generado intuitiva y espontáneamente, sino que seguimos patrones habituales sin querer y sin ser conscientes de ello. Según la tradición, el comportamiento espontáneo se genera a partir del espacio interno. Sin tener conciencia abierta del espacio interno y externo, en el que ocurren todas las cosas, todo comportamiento es aprendido. Si lo que repetimos son opiniones y puntos de vista o patrones emocionales estancados, no tiene importancia, aunque, en nuestra cultura, las excusas inteligentes y justificaciones complicadas se aceptan más fácilmente que las reacciones emocionales.

Emociones negativas

¿Qué son, pues, las emociones negativas o las reacciones no benéficas? La tradición define las emociones no benéficas o perturbadoras (scto. klesha) como estados emocionales que destruyen la paz interior. Como no benéficas se consideran las emociones que acompañan a la codicia, el rechazo y la ignorancia, y que acarrean sufrimiento. En la mayoría de casos, el rechazo es una reacción automática a sensaciones desagradables. Por lo general, viene acompañado de tensiones e inquietud y acarrea otras modalidades como enfado e ira, sed de venganza y rencor. Todos los tipos de rechazo son dolorosos en el momento en el que se experimentan y, frecuentemente, comportan más insatisfacción. El ambiente está tenso, los ánimos están bajos, nosotros y los demás, todos estamos irritados y heridos. La rabia y el enfado casi siempre son una expresión de impotencia: Algo no va como quisiéramos y nos sentimos como víctimas de las circunstancias y del comportamiento de otras personas y no sabemos cómo ayudarnos. A esto reaccionamos con enfado e ira.

Energía y claridad

Muchas personas, hombres y mujeres, consideran la expresión del enfado como razonable y valiosa porque, a través de ella, se experimentan a sí mismas como vivas y vigorosas. También los conflictos se consideran como positivos porque, a través de ellos, se aclaran los puntos de vista y se ponen en marcha los cambios necesarios. Una cita famosa del filósofo griego Heraclito dice: «La guerra es el padre de todas las cosas». Ciertamente, la mera supresión de rechazo, ira y enfado no puede ser el sentido ni la finalidad del comportamiento ético.

Domar al guerrero

Las enseñanzas budistas atribuyen gran importancia al encauzamiento de las actitudes y de los comportamientos conscientemente agresivos con el argumento de que, en la mayoría de casos, llevan al sufrimiento de todas las partes involucradas. Apenas existen sugerencias para tratar de modo inteligente el rechazo de uno mismo y la represión y la resolución de estructuras depresivas. Por razones históricas es comprensible que así sea. Desde el principio, las enseñanzas budistas se dirigían en primer lugar a los miembros masculinos de las sociedades en cuestión y se orientaban hacia ellos. Por lo tanto es lógico que dé instrucciones para reducir la ira y el enfado a los hombres de la época, educados «normalmente». Es cierto que también las mujeres podían tomar la vía de Buda, pero se les consideraba más bien un público secundario. La ira y el enfado eran un tema importante en aquellos tiempos, ya que en vida de Buda había guerras entre grandes y pequeños condados, y la inseguridad, la violencia, la muerte y la necesidad eran cotidianas. El Buda histórico Siddharta Gautama pertenecía a la casta de guerreros y conocía las consecuencias de las actitudes agresivas, de la sed de venganza, la malevolencia y el rencor por lo que contaban sus familiares y contemporáneos. Pertenecía a la tareas de su padre hacer justicia y mediar entre las partes en conflicto. Probablemente también eran sobre todo hombres.

Si los destinatarios principales de las enseñanzas fueron, hasta ahora, hombres y la transmisión de las enseñanzas también iba a través de ellos, no es de extrañar que una religión enfocada en la propia experiencia se oriente, en primer lugar, en el modelo masculino. Entonces, si ahora muchas mujeres de Occidente se involucran en el budismo y las mujeres no sólo escuchan las enseñanzas, las traducen y asisten a los maestros masculinos sino que practican intensamente y enseñan, es lógico que las experiencias de las mujeres se incluyan en las enseñanzas. Los nuevos tiempos traen nuevas enseñanzas. Siempre fue así en la historia del budismo.

Roles sexuales

Las enseñanzas para no entregarse a actitudes agresivas encuentran determinadas bases culturales en Occidente. La educación en las culturas norteuropeas exige de todos los miembros de la sociedad que limiten determinadas emociones. Aunque haya diferencias entre determinados países y estratos sociales, el ideal sigue siendo: chicos duros y mujeres dóciles. No se permite llorar a los muchachos y, a partir de cierta edad, no deberían expresar sus sentimientos más tiernos. Las niñas pueden llorar y expresar sentimientos tiernos, pero deberían ser amables y armónicas y, en la medida de lo posible no deben ser agresivas ni emplear palabrotas. Puesto que es difícil no expresar las emociones que experimentamos, las delegamos al subsuelo emocional. Las reprimimos.

Si fuera posible cortar simplemente los sentimientos, pensamientos y recuerdos no deseados para hacerlos desaparecer por siempre jamás, no habría nada que decir en contra. Pero siguen teniendo su efecto debajo del umbral de la conciencia. Esto conlleva tensiones físicas y dolores y reacciones no conmensuradas. Cuanto más éxito tenemos a la hora de evitar, reprimir y no sentir las emociones negativas vehementes, tanto más difícil nos resulta sentir emociones agradables. Entonces carecemos de experiencias de picos emocionales, y la apatía, la indiferencia y la superficialidad marcan nuestra vida.

Cuando los chicos educados tradicionalmente crecen y se convierten en hombres, les resulta difícil ser sensibles frente a otras personas y sentir y expresar los propios sentimientos. Esto es cierto especialmente en el caso de la inseguridad, la tristeza, el duelo y otros sentimientos tiernos. A veces también rechazan la expresión de los sentimientos por parte de las mujeres en su entorno. Las mujeres, en cambio, prefieren adaptarse con sensibilidad a su entorno y, entonces, simplemente no «tienen» emociones agresivas. Y si las sienten, a menudo no se atreven a expresarlas. Por miedo a perder el amor del otro y a sentirse rechazadas temen los conflictos abiertos, no expresan los sentimientos negativos y, a fin de cuentas, de este modo esquivan a la vida. El rechazo no reconocido conlleva una pérdida de energía; por ello muchas mujeres se sienten débiles, sin impulso, deprimidas y cansadas. Las emociones agradables y desagradables son parte de la vida. Cuando las reprimimos perdemos nuestra vitalidad. Si queremos trabajar con ellas, tenemos que empezar por sentirlas.

Imitación del otro sexo

Desde hace casi un siglo algunas mujeres y algunos hombres se esfuerzan por cambiar sus roles. La tarea aún está pendiente, porque la inseguridad es grande. Obviamente es difícil renunciar a las seguridades emocionales vinculadas a papeles definidos. Además de la búsqueda de un comportamiento andrógino, otra variante es la imitación del compor­tamiento negativo del otro sexo. Las mujeres se comportan como hombres fríos y racionales o machos arrogantes, y los hombres hacen de diva emocional o de mujer intrigante y caprichosa. También aquí se ve que no es posible encontrar el camino medio de un simple golpe o mediante una reflexión paciente, sino que hay que experimentar y sondear los extremos. La paciencia de ambas partes y una buena ración de humor son seguramente más útiles que la arrogancia maliciosa frente a un comportamiento poco hábil o la confirmación poco ocurrente de los roles sexuales habituales.

Negar y reprimir

Ninguna tradición budista conoce ni nombra el proceso de la represión. También en Occidente se sabe de la represión tan sólo desde Sigmund Freud. Seguramente los seres humanos de aquellos tiempos tuvieron una estructura psíquica diferente de la de las mujeres y de los hombres de hoy día en Occidente. La mayoría de las personas en Asia, en la actualidad todavía se encuentran inmersos en la colectividad y, por lo tanto, psíquicamente son menos vulnerables y achacosas. Conocen y aceptan las maneras de ocultar sentimientos conscientemente, pero no saben qué es la represión. No existe ni el término ni el concepto de la represión y los enseñantes asiáticos de más edad tampoco entienden qué es lo que les ocurre a sus estudiantes occidentales en este sentido.

Los enseñantes asiáticos que viven en Occidente desde hace mucho tiempo y que hablan una lengua occidental empiezan a entender cuán inmensa es la diferencia que existe entre conscientemente ocultar un sentimiento e inconscientemente reprimirlo, y cuán nociva para el desarrollo espiritual es la represión. Si los enseñantes occidentales no se enfrentan a sus partes reprimidas, corren el riesgo de imitar las costumbres asiáticas ciega e inocentemente y de ocultar las propias debilidades. Es aquí especialmente importante para las mujeres occidentales prestar atención y plantear sus preguntas sin falso respeto.

El trabajo con las emociones reprimidas es un tema central en muchos enfoques psicoterapéuticos occidentales. Algunos de ellos apoyan a sus pacientes mujeres sobre todo a ser conscientes y expresar las emociones vehementes de rechazo. Muchas mujeres modernas ganaron una profunda comprensión de sus estructuras y emociones inconscientes, pegando con rabia a cojines y colchones durante sus sesiones de terapia Gestalt. El objetivo de ese trabajo es el de hacerse cada vez más consciente de todas las emociones y de encontrar maneras apropiadas de expresarlas. Esto no significa simplemente exteriorizar todas las emociones que aparecen sin considerar la actitud en la que se basan ni las consecuencias posiblemente dolorosas para todas las partes involucradas. Esto sólo reforzaría las costumbres y opiniones habituales. Puesto que el conocimiento de uno mismo, de todos modos, es una cuestión central en el budismo, muchos enseñantes occidentales del budismo consideran sensato y útil exteriorizar las emociones negativas y vehementes, siempre y cuando ocurran dentro de un marco terapéutico.

Percibir y exteriorizar

¿Qué métodos son apropiados para fomentar la percepción de los procesos internos? La tradición ante todo describe la atención a los procesos corporales y al trabajo sobre los preceptos éticos. Algunos enfoques psicoterapéuticos, además, trabajan con la expresión controlada de las emociones reprimidas hasta la fecha y con una dramatización lúdica de los procesos internos. Según la opinión de muchos enseñantes occidentales estos métodos combinan muy bien con la práctica budista de la atención.

Un papel central en el trato creativo con las emociones lo tiene la atención a los procesos corporales. Cualquier tipo de excitación emocional viene acompañado de tensión física. En la tradición budista se consideran negativas las emociones que perturban la paz del corazón. Con un poco de práctica realmente podemos llegar a sentir eso, tanto en lo físico como en lo psíquico. Es un hecho conocido que nuestra cultura atribuye un gran valor a las explicaciones razonables y a la expresión verbal y, a la vez, tiende a ignorar los estados corporales y emocionales. Por esto se nos escapan los primeros indicios de tensiones físicas, hacemos caso omiso a la pequeña vocecita de un primer rechazo y nos perdemos en los pensamientos: reflexionamos acerca de qué es «correcto» y nos adaptamos a las expectativas de otros.

Pero, puesto que las contracturas físicas y las sensaciones desagradables no desaparecen, porque no les hacemos caso, se manifiestan de otro modo. Entonces, por las causas más insignificantes reaccionamos de forma desmesurada y nos extrañamos de la rabia que parece haber salido de la nada. Después de una conversación difícil, de repente, nos sentimos agotados y cansados. Para prevenir esto podemos practicar el prestar atención a las tensiones corporales, no importa si sabremos nombrar lo que nos irrita o no. Si nos damos cuenta a tiempo de un leve rechazo, en la mayoría de casos, todavía hay espacio para cambiar la situación. Si terminamos una conversación antes de sentirnos absolutamente agotados, expresamos un esfuerzo excesivo antes de encontrarnos al borde del colapso; si sentimos nuestros límites y se los comunicamos a los demás antes de encontrarnos «fuera de nosotras mismas», nos queda un cierto espacio para experimentar con nuestro propio comportamiento.

Un enfado manifiesto o replegarse por cansancio o por depresión a menudo son señales de emergencia. Accionamos el freno de emergencia emocional, porque no se nos ocurre nada mejor. Cuanto más excitados e irritados estamos, tanto más caemos en los patrones emocionales habituales. Hablando figuradamente, nos convertimos en adolescentes o en un niño de tres años que sólo conoce las alternativas «todo o nada». Cuanto más pronto reconozcamos las sensaciones desagradables y las consecuencias resultantes, tanto más hábil y creativamente podremos manejarnos nosotros mismos, con los demás y con las circunstancias difíciles.

Para las personas que no sienten las sensaciones de rechazo o apenas las perciben, puede ser razonable exteriorizarlas en situaciones protegidas. El riesgo de reforzar los patrones agresivos habituales —el argumento de la tradición en contra de ello— es insignificante, puesto que estas personas normalmente no exteriorizan sus emociones negativas. Si la motivación fundamental de estos ejercicios consiste en ser conscientes de las propias emociones y patrones, pueden combinarse de modo productivo con la ética budista. A veces una exageración consciente puede ser muy eficaz. Podemos exagerar determinadas emociones y dramatizarlas a solas o con personas de confianza. Es divertido y permite una buena introspección de opiniones, patrones y hábitos ocultos.

Conceptos de uno mismo y sensación del yo

El corazón del budismo es el reconocimiento de la vacuidad: no hay nada sobre lo que se podría poner el dedo. Sobre todo, se dice, no hay un yo. Esta es una tesis difícil para las personas de Occidente, donde la fuerza del yo se considera una característica imprescindible. Sobre todo el trabajo psicoanalítico apoya la construcción de un yo fuerte. De allí proviene la tesis de que para poder renunciar al yo, primero hay que construirlo.

Querer ser alguien diferente del que uno es, es sufrimiento. Querer ser «alguien», para empezar, es la raíz de todo sufrimiento. Esto es lo que dice el budismo. Si una mujer con poca confianza en sí misma y una sensación de amor propio poco desarrollada oye esa afirmación, puede que piense: «Sí, es verdad». Conoce el sufrimiento relacionado con la lucha por una sensación estable del propio valor y sabe lo poco estable que es la sensación que tiene de sí misma como un yo. Entonces corre el riesgo de confundir su falta de confianza en sí misma y en su propia fuerza con la tesis budista de la vacuidad del yo.

El budismo (y la psicología) establece una diferencia entre la confianza en uno mismo y el apego a un rígido concepto de uno mismo. Todos los seres humanos necesitan confianza en sí mismos para realizar el camino. Los conceptos de uno mismo poco realistas constituyen un obstáculo para todo el mundo. Las enseñanzas y prácticas tradicionales acerca de la «vacuidad del yo» y del «no yo» se dirigen más bien a hombres tradicionales que se sobrestiman y quieren dominar el mundo con su voluntad, a seres humanos (más bien masculinos) que se entienden a sí mismos como sujeto y consideran al resto del mundo como su objeto.

Muchas mujeres se ven más bien como objetos y tienen menos confianza en sí mismas. Las mujeres (y las minorías oprimidas) con una identidad de objeto aprovechan mejor las enseñanzas sobre la naturaleza búdica y las prácticas que les pone en contacto con su núcleo de bondad, su capacidad de amor, su fuerza y su sabiduría intuitiva.

Relaciones afectivas

La mayoría de las escuelas budistas representan un ideal ascético. El buda histórico fue monje y, tradicionalmente, las relaciones amorosas se consideran más bien un obstáculo en el camino. Como el gran pragmático y enseñante compasivo que fue, Buda sabía que sólo una minoría tomaría el camino del celibato y ascetismo. A la gran mayoría de sus estudiantes, mujeres y hombres —los llamados laicos— les recomendaba una vida matrimonial marcada por el respeto y el aprecio dentro del marco de los preceptos éticos. No obstante, muchos laicos budistas —anteriormente o en la actualidad, en Oriente y en Occidente— consideran una vida célibe especialmente benéfica. Creen y enseñan que en la vía espiritual se reduce el interés por el amor carnal, por los hijos y por las relaciones familiares.

Las tradiciones tántricas del budismo, en cambio, trabajan con los sentidos, el cuerpo y la energía sexual. Las afirmaciones que conozco sobre las relaciones tántricas las consideran más bien como funcionales. Las relaciones se usan de forma «ritual» en el camino hacia el Despertar. Las relaciones y la sexualidad «normales», como tales, tampoco tienen espacio en el tantra.

También en el ámbito de las relaciones es el punto de vista masculino el que marca la visión del mundo. Las mujeres dan a luz a niños y los educan. Los hombres participan en la creación de una nueva vida, pero, hasta la fecha, no tienen una función central en la educación de los niños. Las direcciones ascéticas en las religiones, bajo este ángulo de mira, parecen una compensación metafísica por la envidia de la maternidad por parte de los hombres. Tal vez el anhelo de los hombres de un cielo espiritual, libre de corporeidad y relaciones, pueda resolverse cuando los hombres se conviertan en padres de verdad. Hoy día no es necesario que los hombres trabajen día y noche para ganar el sustento de la familia. En principio este hecho les da tiempo y espacio para poder ocuparse de sus hijos.

Las mujeres en la vía budista (y en otras tradiciones espirituales, entretanto, reflexionan sobre las «relaciones y la maternidad como vía», sobre «sentidos, sentido y sensualidad» y «amor, placer y pasión en el camino espiritual». Tenemos pocos modelos a seguir. Tenemos el permiso y el deber de experimentar. Si las mujeres y los hombres toman en serio las relaciones y aprenden a estar a solas y en compañía, resuelven la maldita oposición entre cuerpo y alma, cielo y tierra, inmanencia y trascendencia, al menos un poco. Así lo propone Luce Irigaray. Dice que con la diferencia entre los sexos, vivida respetuosamente, tenemos en nuestras manos la clave para aprender a manejarnos con todas las diferencias en este mundo.

El papel de los enseñantes

¿Qué importancia tiene la relación entre enseñantes y estudiantes de ambos sexos en el camino espiritual? Por nuestra vida de cada día sabemos cuán importantes son las personas en el proceso de aprendizaje. Los medios modernos no pueden sustituir al contacto personal con enseñantes, mujeres y hombres, ni en la escuela ni en la universidad, ni en la empresa ni en el deporte. No sólo los niños aprenden mejor cuando hay una persona quien les enseñe. Hay personas que aprenden con libros a cocinar, a tocar la guitarra, a crear un jardín o a comprender y hablar una lengua extranjera. Pero son pocas. Los libros y los medios modernos apoyan el proceso de aprendizaje, pero no pueden sustituir el contacto con seres humanos que nos sirven de modelo a seguir. Nadie sabrá curarse de enfermedades mediante un libro de medicina ni resolver una depresión mediante un manual de psicoterapia.

Las personas forman parte del aprendizaje. Especialmente si queremos aprender algo sobre nosotros mismos. Verse a sí mismo, claramente, es la cosa más difícil del mundo. En el camino espiritual nos pueden acompañar personas que van ellas mismas por este camino. La tradición habla de diversas categorías de enseñantes. Algunos, primordialmente, transmiten información. Nos describen los mapas del camino espiritual. Quien sabe leer mapas puede hablar también sobre terrenos que no ha pisado con sus propios pies. De todos modos, esa clase de enseñantes necesita mapas correctos que los provee la tradición auténtica.

Si queremos aprender a meditar, lo mejor que podemos hacer es contactar con personas que practican la meditación. La tradición habla de «buenas amigas» (y amigos, scto. kalyanamitra) en el camino. Nos introducen en las prácticas y nos acompañan en el camino. Para esa clase de enseñantes basta que tengan más conocimiento y experiencia, para enseñarnos en ese terreno, que nosotros. No hace falta que sean budas. La tradición tibetana parte de la base de que los modelos humanos son más importantes y «benévolos» que el mismo Buda histórico. ¿Por qué? Es imposible que nos encontremos con Buda ahora, pero los enseñantes humanos nos pueden enseñar el camino y acompañar en él. El hecho de que tengan debilidades humanas se considera una gran ventaja. Si fueran perfectos, nunca se atreverían a tomar el camino ellos mismos. Los seres humanos con debilidades nos enseñan que también las mujeres y los hombres imperfectos pueden ir por el camino.

Los enseñantes disponen de cualidades muy variadas. Algunos tienen sólo un poco más de experiencia y comprensión que nosotros, otros son grandes maestros y maestras. Algunos incluso son seres despiertos. Desafortunadamente no sabemos reconocer en qué nivel de desarrollo se encuentra un enseñante. Por lo general podemos juzgar sólo a las personas que se mueven en «nuestro nivel», con pequeñas desviaciones hacia «arriba» y hacia «abajo». ¿Cómo podemos determinar en quien confiar y quién está capacitado para guiarnos en el camino espiritual?

El Dalai Lama dice una y otra vez: Las instituciones religiosas no pueden hacer más que determinar y confirmar la cualificación académica de una persona. No pueden formar enseñantes. Alguien se convierte en enseñante cuando podemos aprender de él o ella. A fin de cuentas, siempre son los estudiantes los que convierten a una persona en enseñante. O sea, sólo podemos seguir nuestro corazón y mirar si podemos aprender de o con una persona. Para ello, sus cualidades objetivas tienen una importancia secundaria. De nuestras relaciones cotidianas sabemos que una pequeña frase que oímos o leemos puede cambiar nuestra vida. La persona que la dice no tiene por qué ser un buda, para que así sea.

El siguiente verso budista de instrucción da una buena orientación: No confíes en la persona sino en lo que enseña. No confíes en las palabras sino en lo que significan. No confíes en su sentido convencional sino en lo que significan a fin de cuentas.

Gurus y budas

En el Zen y en la tradición tántrica los enseñantes son particularmente importantes. Constituyen el factor decisivo en el camino. Mediante su comportamiento inteligente, a menudo poco ortodoxo, provocan profundas comprensiones en sus estudiantes. Quisiera hacer aquí algunas anotaciones relativas al papel del guru en el tantra. El efecto de la relación con un o una guru sobre la propia vida lo puede conocer sólo quien la tiene. Dos analogías muy conocidas: Podemos conocer el sabor del azúcar sólo si probamos el sabor del azúcar. Es cierto que se puede hablar del amor, pero lo que es, sólo puede entenderse cuando se experimenta.

En el tantra las imágenes del Despertar tienen gran importancia. Meditamos en los budas y en determinadas prácticas nos imaginamos a nosotros mismos como personas despiertas. Nos entrenamos en vernos a nosotros mismos y a todos los seres como budas y todos los lugares como mándalas —moradas de los budas— y oír todos los sonidos como mantras. Con la actitud correcta y la correspondiente preparación, semejantes prácticas aceleran el proceso del Despertar. A diferencia de las personas megalomaníacas, los practicantes saben que todavía no son budas. Pero se lo imaginan para prepararse para serlo.

Un factor clave para el Despertar a través de estas prácticas es la persona del guru, sea hombre o mujer. Lo ideal es conocer la/el guru desde hace mucho tiempo, confiar en ella/él y saber lo que hacemos. Entonces nos ejercitamos en verla como despierta. ¿Para qué se supone que sirve esto? En el camino tántrico nos entrenamos para ver a todos los seres como seres despiertos, o budas, inclusive nosotros mismos. Lo más fácil seguramente es ver como un ser despierto a nuestra guru, ya que la apreciamos y veneramos. Según la tradición, ver al guru como un buda es el camino más rápido hacia el Despertar.

Caemos en una trampa si consideramos nuestra guru objetivamente «iluminado» y perdemos nuestro sentido común. Según estas explicaciones la o el guru es el «método» decisivo para el Despertar, el «medio hábil» más eficaz en el camino. Una mente no despierta llena de «codicia, odio e ignorancia» proyecta un mundo imperfecto. Una mente iluminada proyecta un mundo puro. Si logramos ver un ser humano con sus debilidades, nuestro guru, como un ser iluminado, se purifica nuestra mente. No importa tanto si realmente es un ser despierto o no. Irónicamente no podemos ver a otro ser como despierto hasta que no estemos despiertos nosotros mismos.

Tradicionalmente se examina a los enseñantes durante tres años, mejor cinco, y en el tantra hasta doce años. Se practica conjuntamente y en este largo proceso se determina si es posible trabajar juntos. La mayoría de los practicantes en Occidente, de momento, no necesitan gurus. Necesitan información correcta, «buenas amigas y buenos amigos» en el camino. Con la creciente madurez vamos descubriendo qué es un o una guru. La relación con los enseñantes se distingue de una relación de amor, pero se le parece en un aspecto: mientras nos preguntamos ¿es o no es mi maestra o maestro? —no lo es. Cuando los corazones se encuentran se sabe de inmediato.

Igual que en el amor hay muchos matices y variaciones. Cada relación en la que aprendemos cosas esenciales es diferente. Lama Yeshe dijo respecto al tema del guru: «El guru no es un hombre sentado en un trono que os enseña. El guru es una flecha que os toca en el centro del corazón. Quien tiene mucha suerte, lo experimenta una vez en su vida. Yo mismo tuve muchos profesores maravillosos que me enseñaron mucho. Pero uno ha tocado mi corazón muy profundamente. Ése fue mi maestro del corazón, mi guru».

Podemos estudiar y practicar con toda tranquilidad con las personas que nos inspiran. No hace falta que busquemos a nuestro/a guru. «Cuando la estudiante está madura, aparece la enseñante», dice la tradición.

Índice